Califato Omeya
El Califato Omeya (671-750) es un periodo del Islam clásico caracterizado por el gobierno de la dinastía Omeya. ¿Qué sucedió en aquellos años? ¿Qué personajes históricos se destacaron? ¿Cómo se organizó el mundo Islámico? ¡A continuación les brindaremos más detalles sobre este periodo y sus respectivos califas, acompáñennos!
Introducción
Entre los años 661 y 750, los Omeyas establecieron en el califato un régimen social y político que algunos especialistas han descripto como una «Monarquía árabe». Para ser más exactos, los Omeyas pertenecían a uno de los clanes más poderosos de la tribu quraysí de La Meca y la virulencia con la que llegaron al poder generó un intenso debate político e ideológico entre las tribus y facciones del pueblo árabe y de las propias poblaciones no árabes el califato. Si las tensiones ocasionadas por ambos factores no explotaron hasta el año 750, la razón hay que buscarla en los éxitos de la dinastía Omeya con la que el Islam alcanzó la máxima extensión de su periodo clásico.
La Organización del califato Omeya ¹
El nuevo califa Mu‘āwīyah (661-680) se propuso a reforzar su papel de líder político de un imperio. El modelo que escogió para gestar su gobierno fue el propio del Imperio bizantino. De esta forma, el nuevo califato centralizó la administración, trasladó la capital islámica de Medina a Damasco y fortaleció el carácter autocrático de su autoridad. Producto de estas reformas, la antigua teocracia islámica se transformaba en una compleja maquinaria administrativa, dentro de la cual la minoría árabe constituía una verdadera casta dominante de la mayoría de la población que, para ese momento y debido a la rápida expansión islámica, era neomunsulmana y no árabe.
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Durante este periodo se produjo la conversión del idioma árabe en en lenguaje común de la administración del califato; la acuñación de una moneda propia, siguiendo los modelos bizantinos y persas, con base en el dinar de oro de 4,35 gramos y el dirhem de plata 2,97; la organización de la administración provincial, a cuyo mando se situaron los emires, siempre de origen árabe. También tuvo lugar la administración de la justicia, en la cual, en nombre del califa, se encargaron de ejercerla los cadíes o jueces. Por otro lado, ante la necesidad de asegurar el dominio de los territorios incorporados al Islam, se prestó una gran atención a los grupos de guerreros árabes conquistadores. Al principio, la solución fue repartir entre los conquistadores el botín de guerra, luego se comenzó a implementar una lista de rentistas beneficiarios de tributos impuestos a las gentes de las tierras dominadas; tiempo más tarde, con el establecimiento de los yunds (contingentes militares) en los distritos de las áreas ocupadas, a los que se cedía tierras en usufructo; y, finalmente, la distribución de tierras entre los vencedores, que pasaron de esta forma a disponer de propiedades privadas.

El reparto de botín y rentas entre los árabes conquistadores propició que se concentraran en guarniciones o ansares, desde donde podían controlar el espacio. En torno a ellas, y el dinámico comercio que se produjo por ellas, se fueron constituyendo arrabales a sus alrededores dedicados a las actividades artesanales y mercantiles derivadas a la demanda de los guerreros.
La cesión de tierras a los guerreros árabes en forma de propiedad privada provocó la protesta de la población no árabe del mundo islámico. Como respuesta, los califas emprendieron a partir del año 715 una reforma fiscal que suprimió el impuesto personal que hasta ese entonces pagaban los vencidos y se lo adscribieron a las tierras, que así quedaron gravadas por un impuesto territorial (el jaray), al margen de cuál sea la persona que ocupe esa propiedad. Claro que esto fue considerado como un atropello por parte de los árabes que veíana fectados sus derechos e intereses, sin embargo, los califas supieron sortear la situación gracias a las constantes conquistas, avances y reparto de los botines de guerra.
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La Expansión durante el califato Omeya ²
La expansión del imperio islámico tuvo un fuerte énfasis durante el califato Omeya, el cual inició una segunda fase de conquistas en tres direcciones. Hacia el Este, desde Jurasán persa, los árabes controlaron la Transonxiana y las rutas mercantiles hacia la China y lanzaron las primeras avanzadas hacia la India. Hacia el Norte, los árabes sólo lograron unos escasos avances en Asia Menor y dos intentos frustrados en sus asedios navales a Constantinopla en 717 y 726. En el Oeste fue donde los Omeyas lograron los mayores triunfos: ocuparon la totalidad del África bizantina, en el 711 entraron en Hispania, eliminaron el poder visigodo y controlaron rápidamente la Península. Gracias a ello, pudieron los árabes amenazar el propio corazón del reino de los francos, hasta que Carlos Martel los derrotó en 732 en las cercanías de Poitiers. De este modo, el Imperio islámico alcanzó a mediados del siglo VIII unas dimensiones relativamente estables más amplias que las del Imperio romano en su máximo esplendor.

El final del Califato Omeya ³
Hacia la década de 740, las conquistas árabes cesaron, y con ellas el reparto del botín. Las transformaciones experimentas durante el gobierno Omeya generó duras críticas de la población, las cuales de tradujeron en un consolidado sentimiento antiárabe y antiomeyas que no tardaron en expresarse en términos religiosos. Los principales puntos de conflictos fueron los gastos lujosos e innecesarios por parte de los gobernantes, el orgullo de los árabes que despreciaban a las restantes etnias del califato, el centralismo que había marginado las provincias y el incumplimiento de las promesas de igualdad entre los creyentes no árabes. El proceso de urbanización ligado al comerció generó una masa de artesanos, pequeños comerciantes y campesinos listos para el motín.
Dos movimientos religiosos se encargaron de traducir el descontento de la sociedad. El primero fue el delos jaraichíes: puramente religioso al principio e intransigente con los «malos musulmanes», pero que se fue convirtiendo en una violenta oposición anárquica, más antiestatal que antiomeya, la cual buscaba recuperar el pacto tribal preislámico. El segundo movimiento fue el Siísmo. Este, al prinicpio se habia tratado de una especie de conglomerado reivindicador de los derechos del califa Alí y sus sucesores al califato. Para los siíes, el jefe del Islam debía pertenecer a la familia del Profeta, la única escogida por Alá.
En el año 747 estalló una rebelión que aparecía como una verdadera lucha entre el Bien y el Mal, encarnado en los Omeyas. La chispa se encendió en el extremo oriental del claifato, donde, en el Jurasán, los descontentos se aglutinaron en torno al movimiento abbasi. Tres años después triunfó en todo el imperio. Del exterminio de la dinastía Omeya, sólo uno consiguió salvarse: Abd-al-Rahman, quien se refugió en el extremo occidental del califato, en Al-Ándalus. En el resto del Islam, en el año 750, la bandera blanca omeya fue difinitivamente arriada y, en su lugar, flameó la negra de los Abbasíes.
Bibliografía
¹ -García de Cortazar, José Ángel; Sesma Muñoz, José Ángel. Manual de Historia Medieval. Alianza Editorial, Madrid, 2014.
² -Hourami Albert. La historia de los árabes. Sipan Barcelona Network S.L. 2017.
-Kinder, Hermann; Hilgemann, Werner. Atlas Histórico Mundial I. Madrid, 2006.
³ – García de Cortazar, José Ángel; Sesma Muñoz, José Ángel. Manual de Historia Medieval. Alianza Editorial, Madrid, 2014.

Historia – Universidad Nacional Tres de Febrero.
Instituto de Estudios Históricos – UNTREF.